Mi novela se llama: El poder del amor. Es romántica, con tintes de terror, histórica y de suspense. Os dejo el primer capítulo. Aún lo puliré más lógicamente, pero por ahora, os será útil para haceros una idea, ya que la línea no se perderá.
Capítulo 1
Alice no podía creerlo. Aquella era la oportunidad de
su vida, siempre había querido ser modelo: lucir hermosos vestidos,
visitar lugares, conocer gente, firmar autógrafos, pasear por la
pasarela, salir en revistas... Era su sueño desde que a los 12 años
desfiló en el colegio durante una fiesta benéfica con su hermanita
de cuatro años por aquel entonces.
Aquel día, cuando llegaron a casa, el segundo marido de
su madre se había marchado. No dejó tres de sí el menor rastro. Se
llevó la ropa, el dinero, los papeles, la cartilla del banco, las
tarjetas... La casa permanecía involuta, reluciente como si alguien
hubiera pasado la aspiradora a conciencia por cada una de los
rincones. Kimberly llamó a gritos a su padre negándose a irse a la
cama antes de que el llegara, aunque finalmente se quedó dormida en
el sofá y Alice la tomó en brazos llevándola a su cama, durmiendo
juntas, esperando el regreso de quien se había marchado sin dejar
una nota.
El dormitorio de Alice se encontraba en la planta baja
de la casa, pues no había teléfono en la planta alta y lo
necesitaba para el Internet. Su madre no podía permitirse el WI-FI.
Por ello, tenía menos intimidad que su hermana, aunque ella se
sentía genial con aquella habitación donde con 12 años el balcón
sin visillos tenía una cortina en tono rosáceo que llegaba hasta el
suelo, en el mismo tono que la cama de la colcha y un poco más
oscuro el cojín.
Meses atrás su habitación se encontraba llena de
muñecos, peluches y pegatinas infantiles. Pero el día siguiente al
desfile se levantó, guardó su muñecas preferidas, entregó a su
hermana las demás, despegó las pegatinas, regaló los peluches a
una organización benéfica y comenzó a ocupar el espacio con
libros, notas de estudio, fotografías familiares, collage de
imágenes de lugares a los cuales quería viajar así como recortes
de revistas de moda.
Se sentía mayor, tenías las cosas claras: quería ser
modelo.
Ese sueño permaneció oculto debido a la situación por
la que a partir de aquel día pasó la familia. Las penurias por las
dudas, las facturas impagadas, la nevera vacía... La madre tuvo que
tomar dos trabajos, ella tenía el Instituto, la casa y se ocupaba de
su hermanita quien, dos años después, aún esperaba el regreso de
su padre.
Aquello, por patético que resultara, la aliviaba. Ella
había perdido al suyo a los siete años cuando se pegó un tiro por
no poder soportar lo visto y vivido el 11-S. Sabía que no regresaría
con ellos, pero ver a su hermana esperar y esperar.. ¿Por qué hizo
eso?
Ya en el Instituto conocí a un chico, Eric, que no
tenía familia. Estaba en el último curso y nunca se le veía con
nadie. Permanecía en un rincón de la Biblioteca entre clase y
clase. Alice también iba a veces y siempre lo encontraba allí .
Apenas se hablaban porque en verdad no se conocían, a ella le
resultaba extraño y además era mayor, todos los de su curso decían
que nunca debían relacionarse con los mayores. Una tontería, según
ella, pero bueno, obedecía.
La vida del Instituto le resultaba confusa. Los pequeños
temían a los mayores y estos se metían con ellos, pero luego cuando
los de los cursos inferiores avanzaban hacían lo mismo.
Aquel chico parecía distinto. Pudieron intercambiar
algunas palabras, pero una vez terminó el Instituto y se fue a la
Universidad siguieron encontrándose: el trabajaba en una pizzería
para poder pagarse las clases. La misma a la cual ella iba con su
hermana cada fin de semana. Allí comenzaron a hablar, hasta que un
día, teniendo ella 20 años le ofreció la oportunidad que tanto
Alice esperaba.
–No me pagues, esta la regalo yo. Mañana me voy a
Nueva York.
–¿Te vas? –Preguntó extrañada. No tenía la menor
idea de que quisiera irse de Allentown nunca comentó nada al
respeto.
–Si, me marcho. –Eric, clavó sus ojos grises en los
verdes de ella ̶
Me han ofrecido un puesto de trabajo y aquí no me voy a quedar toda
la vida.
Señaló el lugar.
Estaba limpio, apenas había clientela y daba la sensación de ser un
local donde gustaba trabajar, pero eso era tan solo en las horas de
menor clientela, en las otras, los gritos, los empujones, los niños
corriendo y cuando se fuera a pedir era mucha suerte que pudiera
quedar un par de tipos de pizza para elegir.
–Te deseo suerte,
yo también quisiera irme pero... –Suspiró. Se apartó un mechó
de cabello castaño oscuro tras la oreja y bajó la mirada hacia un
lago de la mesa.
–Yo puedo llevarte
si quieres. –La sonrió pensando que alguien como ella podía ver
quiso verle como hombre, no como el pizzero o un alumno de Instituto,
cosa que por la incipiente barba y bigote no le debería ser
complicado, pero si le era porque nunca le había visto fuera de
aquellos lugares.
–Lo pensaré.
¿Cuánto tiempo tengo?
–Ten. –Sacó del
bolsillo trasero del pantalón la cartera de piel, y de lla extrajo
una tarjeta de visita que ella tomó con una sonrisa ̶
Llámame en cuanto lo decidas. Yo me marcho mañana a primer ahora.
Si hoy me lo dices podrá mi amigo empezar a buscarte algo. Pero dime
¿cuánto presupuesto tienes? –Colocó su manos en la mesa.
–Tengo cuatro mil
dólares. Me pagaron bien unas fotografías para una revista de aquí.
–Tomó un trozo de pizza, no quería que se le enfriara, no
soportaba la pizza fría, le parecía estar comiendo cualquier otra
cosa menos pizza. Kimberly ya había comida dos trozos e iba por el
tercero.
–Pues guardaros,
yo te pagaré las primeras facturas y las primeras mensualidades,
dispongo de más dinero y ganaré bien allí, un banco siempre te
paga una buena nómina que te da para vivir con cierta soltura si
tienes un alquiler bajo como el mío.
Se apartó de la
mesa al ver que entraba un grupo de adolescente que se dirigían al
mostrador, dejando a las chicas con la comida. Si ella le debía un
favor, podía esperar que le hiciera un precio especial, además de
que su amigo no la miraría, él no veía la belleza de nada que no
fuera él mismo.
–¿Me vas a dejar?
–Preguntó Kimberly observándola fijamente.
–No te voy a
dejar. Vendríais tanto mamá como tu a verme y yo volvería aquí.
Solo hasta que termines el Instituto, después os podéis mudar allí
conmigo. Pero aún no se si me iré. –Volvió a comer.
–Alice, tu siempre
has sido muy buena conmigo, casi todo lo que soy te lo debo a ti,
para mí eres mi hermana, mi amiga, mi confidente. Papá nos
abandonó, no quiero que todos los que me rodean me abandonen sin
darme motivo. –Las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras las
manos le temblaban.
–No llores
Kimberly. Por favor. Se que aún no lo puedes comprender, la vida es
muy complicada y no la entiendo ni yo, además de que dudo que mamé
lo haga, pero te prometo que todo irá bien y que cada día
hablaremos, de verdad. Pero he de pensar en mi futuro. En Nueva York
existen muchas oportunidades para las modelos y aquí no puedo estar
con fotos de revistas. Piensa en ello por favor.
Terminaron de comer
y comenzaron a pasear juntas bajo la luz de la luna. Las farolas
estaban encendidas, así como los leteros de los edificios y
comercios mas importantes. Otros permanecían a oscuras. Incluso los
escaparates. En uno de ellos, la fotografía de una modelo se
mostraba para llamar la atención sobre la marca. También era
agradable ver los modelos, algunos vestidos eran impresionantes.
Alice no podía dejar de verse con ellos desfilando por una pasarela
bajo los focos de las cámaras y la mirada de los cientos de
presentes.
Llegaron al
apartamento. Su madre la esperaba haciendo palomitas para preparar
una noche de cine. Las dos hermanas permanecieron en silencio aunque
no parecían enfadadas, solo pensativas, por lo que la mujer no dijo
nada, las dejó a su aire, al fina y al cabo se llevaban ocho años,
era imposible que no hubiese algunos roces.
–Cuando lo decidas
quiero ser la primera en saberlo. –Sonrió Kimberly mientras cogía
palomitas del cuento.
–Lo serás.
–Respondió Alice secamente. Era su sueño, pero no podía dejar de
pensar en su familia. Las echaría de menos, se sentiría sola... El
miedo no podía controlar su vida, aquella distaba mucho de ser la
lección que quería enseñarle a su hermana.
En aquel salón, con
la televisión de pantalla plana, el sofá de tras plazas y la mesita
de cristal, Alice sabía que su madre había luchado mucho por
ofrecerles un techo seguro sobre sus cabezas, no era de buena hija
esperar a que la vida le diera los restos que nadie quería. Además,
tenía que pensar en Kimberly, ella si iría a la Universidad, ¿cómo
iba a poder mantener ese sueños si no arrimaba el hombro?
–Mañana me voy a
Nueva York.