miércoles, 18 de junio de 2014

Capítulo 1 de El poder del amor

Mi novela se llama: El poder del amor. Es romántica, con tintes de terror, histórica y de suspense. Os dejo el primer capítulo. Aún lo puliré más lógicamente, pero por ahora, os será útil para haceros una idea, ya que la línea no se perderá.

Capítulo 1

Alice no podía creerlo. Aquella era la oportunidad de su vida, siempre había querido ser modelo: lucir hermosos vestidos, visitar lugares, conocer gente, firmar autógrafos, pasear por la pasarela, salir en revistas... Era su sueño desde que a los 12 años desfiló en el colegio durante una fiesta benéfica con su hermanita de cuatro años por aquel entonces.

Aquel día, cuando llegaron a casa, el segundo marido de su madre se había marchado. No dejó tres de sí el menor rastro. Se llevó la ropa, el dinero, los papeles, la cartilla del banco, las tarjetas... La casa permanecía involuta, reluciente como si alguien hubiera pasado la aspiradora a conciencia por cada una de los rincones. Kimberly llamó a gritos a su padre negándose a irse a la cama antes de que el llegara, aunque finalmente se quedó dormida en el sofá y Alice la tomó en brazos llevándola a su cama, durmiendo juntas, esperando el regreso de quien se había marchado sin dejar una nota.

El dormitorio de Alice se encontraba en la planta baja de la casa, pues no había teléfono en la planta alta y lo necesitaba para el Internet. Su madre no podía permitirse el WI-FI. Por ello, tenía menos intimidad que su hermana, aunque ella se sentía genial con aquella habitación donde con 12 años el balcón sin visillos tenía una cortina en tono rosáceo que llegaba hasta el suelo, en el mismo tono que la cama de la colcha y un poco más oscuro el cojín.

Meses atrás su habitación se encontraba llena de muñecos, peluches y pegatinas infantiles. Pero el día siguiente al desfile se levantó, guardó su muñecas preferidas, entregó a su hermana las demás, despegó las pegatinas, regaló los peluches a una organización benéfica y comenzó a ocupar el espacio con libros, notas de estudio, fotografías familiares, collage de imágenes de lugares a los cuales quería viajar así como recortes de revistas de moda.

Se sentía mayor, tenías las cosas claras: quería ser modelo.

Ese sueño permaneció oculto debido a la situación por la que a partir de aquel día pasó la familia. Las penurias por las dudas, las facturas impagadas, la nevera vacía... La madre tuvo que tomar dos trabajos, ella tenía el Instituto, la casa y se ocupaba de su hermanita quien, dos años después, aún esperaba el regreso de su padre.

Aquello, por patético que resultara, la aliviaba. Ella había perdido al suyo a los siete años cuando se pegó un tiro por no poder soportar lo visto y vivido el 11-S. Sabía que no regresaría con ellos, pero ver a su hermana esperar y esperar.. ¿Por qué hizo eso?

Ya en el Instituto conocí a un chico, Eric, que no tenía familia. Estaba en el último curso y nunca se le veía con nadie. Permanecía en un rincón de la Biblioteca entre clase y clase. Alice también iba a veces y siempre lo encontraba allí . Apenas se hablaban porque en verdad no se conocían, a ella le resultaba extraño y además era mayor, todos los de su curso decían que nunca debían relacionarse con los mayores. Una tontería, según ella, pero bueno, obedecía.

La vida del Instituto le resultaba confusa. Los pequeños temían a los mayores y estos se metían con ellos, pero luego cuando los de los cursos inferiores avanzaban hacían lo mismo.

Aquel chico parecía distinto. Pudieron intercambiar algunas palabras, pero una vez terminó el Instituto y se fue a la Universidad siguieron encontrándose: el trabajaba en una pizzería para poder pagarse las clases. La misma a la cual ella iba con su hermana cada fin de semana. Allí comenzaron a hablar, hasta que un día, teniendo ella 20 años le ofreció la oportunidad que tanto Alice esperaba.

No me pagues, esta la regalo yo. Mañana me voy a Nueva York.

¿Te vas? –Preguntó extrañada. No tenía la menor idea de que quisiera irse de Allentown nunca comentó nada al respeto.

Si, me marcho. –Eric, clavó sus ojos grises en los verdes de ella ̶ Me han ofrecido un puesto de trabajo y aquí no me voy a quedar toda la vida.

Señaló el lugar. Estaba limpio, apenas había clientela y daba la sensación de ser un local donde gustaba trabajar, pero eso era tan solo en las horas de menor clientela, en las otras, los gritos, los empujones, los niños corriendo y cuando se fuera a pedir era mucha suerte que pudiera quedar un par de tipos de pizza para elegir.

Te deseo suerte, yo también quisiera irme pero... –Suspiró. Se apartó un mechó de cabello castaño oscuro tras la oreja y bajó la mirada hacia un lago de la mesa.

Yo puedo llevarte si quieres. –La sonrió pensando que alguien como ella podía ver quiso verle como hombre, no como el pizzero o un alumno de Instituto, cosa que por la incipiente barba y bigote no le debería ser complicado, pero si le era porque nunca le había visto fuera de aquellos lugares.

Lo pensaré. ¿Cuánto tiempo tengo?

Ten. –Sacó del bolsillo trasero del pantalón la cartera de piel, y de lla extrajo una tarjeta de visita que ella tomó con una sonrisa ̶ Llámame en cuanto lo decidas. Yo me marcho mañana a primer ahora. Si hoy me lo dices podrá mi amigo empezar a buscarte algo. Pero dime ¿cuánto presupuesto tienes? –Colocó su manos en la mesa.

Tengo cuatro mil dólares. Me pagaron bien unas fotografías para una revista de aquí. –Tomó un trozo de pizza, no quería que se le enfriara, no soportaba la pizza fría, le parecía estar comiendo cualquier otra cosa menos pizza. Kimberly ya había comida dos trozos e iba por el tercero.

Pues guardaros, yo te pagaré las primeras facturas y las primeras mensualidades, dispongo de más dinero y ganaré bien allí, un banco siempre te paga una buena nómina que te da para vivir con cierta soltura si tienes un alquiler bajo como el mío.

Se apartó de la mesa al ver que entraba un grupo de adolescente que se dirigían al mostrador, dejando a las chicas con la comida. Si ella le debía un favor, podía esperar que le hiciera un precio especial, además de que su amigo no la miraría, él no veía la belleza de nada que no fuera él mismo.

¿Me vas a dejar? –Preguntó Kimberly observándola fijamente.

No te voy a dejar. Vendríais tanto mamá como tu a verme y yo volvería aquí. Solo hasta que termines el Instituto, después os podéis mudar allí conmigo. Pero aún no se si me iré. –Volvió a comer.

Alice, tu siempre has sido muy buena conmigo, casi todo lo que soy te lo debo a ti, para mí eres mi hermana, mi amiga, mi confidente. Papá nos abandonó, no quiero que todos los que me rodean me abandonen sin darme motivo. –Las lágrimas cayeron por sus mejillas mientras las manos le temblaban.

No llores Kimberly. Por favor. Se que aún no lo puedes comprender, la vida es muy complicada y no la entiendo ni yo, además de que dudo que mamé lo haga, pero te prometo que todo irá bien y que cada día hablaremos, de verdad. Pero he de pensar en mi futuro. En Nueva York existen muchas oportunidades para las modelos y aquí no puedo estar con fotos de revistas. Piensa en ello por favor.

Terminaron de comer y comenzaron a pasear juntas bajo la luz de la luna. Las farolas estaban encendidas, así como los leteros de los edificios y comercios mas importantes. Otros permanecían a oscuras. Incluso los escaparates. En uno de ellos, la fotografía de una modelo se mostraba para llamar la atención sobre la marca. También era agradable ver los modelos, algunos vestidos eran impresionantes. Alice no podía dejar de verse con ellos desfilando por una pasarela bajo los focos de las cámaras y la mirada de los cientos de presentes.

Llegaron al apartamento. Su madre la esperaba haciendo palomitas para preparar una noche de cine. Las dos hermanas permanecieron en silencio aunque no parecían enfadadas, solo pensativas, por lo que la mujer no dijo nada, las dejó a su aire, al fina y al cabo se llevaban ocho años, era imposible que no hubiese algunos roces.

Cuando lo decidas quiero ser la primera en saberlo. –Sonrió Kimberly mientras cogía palomitas del cuento.

Lo serás. –Respondió Alice secamente. Era su sueño, pero no podía dejar de pensar en su familia. Las echaría de menos, se sentiría sola... El miedo no podía controlar su vida, aquella distaba mucho de ser la lección que quería enseñarle a su hermana.

En aquel salón, con la televisión de pantalla plana, el sofá de tras plazas y la mesita de cristal, Alice sabía que su madre había luchado mucho por ofrecerles un techo seguro sobre sus cabezas, no era de buena hija esperar a que la vida le diera los restos que nadie quería. Además, tenía que pensar en Kimberly, ella si iría a la Universidad, ¿cómo iba a poder mantener ese sueños si no arrimaba el hombro?

Mañana me voy a Nueva York.

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